Habacuc, profeta sin patria ni
apellido, vive y escribe en la misma época que Nahún. Su horizonte histórico
está definido por dos grandes poderes: Asiria decadente y Babilonia renaciente.
Asiria es el pescador de pueblos y su dios es su red; sucumbirá ante el nuevo
Imperio Babilónico, águila guerrera cuyo dios es su fuerza.
Entre los dos vive Israel su
historia, y Habacuc representa a su pueblo. Son tiempos de opresión y
violencias, y Habacuc reza: «¿Hasta cuándo?». Los caldeos harán justicia, y el
profeta espera impaciente. Hasta que su impaciencia se convierte en expectación.
Dios enuncia un principio general:
el arrogante confiado en sí malogra su vida, el inocente fiado de Dios salva su
vida. En este momento el arrogante es el Imperio Asirio; los caldeos de momento
hacen justicia, pero pueden pecar también de arrogancia. Son tiempos turbulentos en que Israel puede convertirse en juguete de los imperios. Es el
decenio 622-612.
Al caer el Imperio insaciable, los
pueblos liberados entonan un coro de ayes satíricos, repasando algunos crímenes
del opresor: robos, fraudes, asesinatos, lujuria, idolatría, y exponiendo el
castigo.
Sobre el coro se alza la voz
solista de Habacuc, intercediendo por su pueblo (la traducción «por delitos inadvertidos»
es insegura). Es una súplica en forma de acto de confianza: aunque los enemigos
sean poderosos, más poderoso es el Señor, que aparece como guerrero cósmico
incontrastable; aunque los campos sufran también por la sequía, el profeta
celebra al Señor de la naturaleza y de la historia.
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