Ningún profeta como Habacuc se ha
asomado a la escena internacional de las grandes potencias, preguntándose por
la justicia de la historia, y se ha remontado desde ahí a contemplar la
soberanía de Dios. La construcción del libro es a primera vista clara y
sencilla:
1,2-4 El profeta clama al Señor en
una situación trágica.
1,5-11 Dios le responde
describiendo una potencia militar.
1,11-17 El profeta, no satisfecho, objeta e interroga a Dios.
2,1-5 Dios, tras una dilación,
responde enunciando un principio.
2,6-20 Copla de los cinco ayes, que entonan los pueblos oprimidos por la caída del agresor.
3,1-19 El profeta canta un himno al
Dios guerrero y termina profesando su confianza.
En esta construcción hay que
apreciar el dramatismo del diálogo, que no es puro recurso retórico; sino
forcejeo y tensión. Hay que notar también el juego matizado del ver y escuchar,
que podemos esquematizar así:
Dios parece no escuchar (1,2), y
antes de responder se hace esperar. Mira como si no viese, ve y se calla
(1,13), como si lo que ve no hiriera su vista. El profeta es invitado a ver, no
le basta enterarse de oídas (1,5). La visión profética, que en otros casos
puede ser término convencional (1,1; 2,3) se traduce en ver y experimentar
hechos históricos. Como respuesta a su problema, le ordenan mirar y observar la
escena política internacional (1,5); viendo, tendrá que entender. El profeta se
coloca vigilante: "para ver lo que me dice". Cuando le llega la
palabra, recibe la orden de escribir, para que otro lo vea y lo proclame.
También el lector moderno de estas páginas es invitado al juego de ver y
escuchar; en otras palabras, leer y contemplar.
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